La canción racista y homofóbica contra Mbappé y Francia que ahora tuvo hasta consecuencias diplomáticas es, con ligeras variantes, un clásico de los hinchas y, lamentablemente, parece normal en el mundo del fútbol.
Habrá alguno que se sorprenda, pero lamentablemente era esperable: en el homenaje que se le hizo este domingo en River a Enzo Fernández durante el entretiempo del partido del local contra Lanús, resonó fuerte en las tribunas la canción racista y homofóbica que entonaron los jugadores de la Selección tras ganar la Copa América.
¿Por qué no habría de ser así si es casi lo mismo que se escucha en todos los partidos?
El Gobierno en pleno avaló el desagradable cantito, protagonista de una de las grandes polémicas de la semana pasada, que incluyó un alto funcionario tirado por la ventana y un pedido de disculpas al embajador francés, pero eso es apenas el impensado costado político del asunto.
La música, por su parte, es una melodía que se corea hace décadas en las canchas, nacida en 1981 como “Boby, no me extrañes”, pero popularizada como “Boby, mi buen amigo”. La cantaba una nena llamada Gracielita y con ella la Policía Bonaerense pretendía que los veraneantes no abandonaran a sus mascotas tras las vacaciones.
Sus peores variantes se pueden escuchar en Spotify o YouTube. La de la hinchada de Nueva Chicago, por ejemplo, está dedicada a sus colegas de Almirante Brown, y pone el acento especialmente en el aspecto transfóbico.
Folclore tribunero, se suele decir.
Justamente.
Más allá de la extraordinaria vulgaridad de la diputada oficialista Lilia Lemoine, quien dijo que el echado secretario de Deportes, Julio Garro, “estaba a punto de sobarle la quena a alguien”, y del extraño logro de la vicepresidenta Victoria Villarroel, quien para subirse a la ola criticó el pasado colonialista de Francia y generó el roce diplomático más bizarro de la historia, la canción no hace más que reflejar lo naturalizado que están, entre los hinchas argentinos, la homofobia, el racismo y la xenofobia.
En todos los partidos, en todas las canchas, en plateas y populares por igual, miles y miles de personas insultan a negros, bolivianos, paraguayos, transexuales y gays. Hay de hecho una especie de obsesión en señalar la supuesta homosexualidad del rival, pero al mismo tiempo se exalta el deseo de penetrarlo analmente. Sin su consentimiento, claro.
Podría decirse que Freud metió la cola en el asunto, pero desgraciadamente no es chiste.
Incluso hay hinchas de Atlanta que normalizan que las hinchadas contrarias les canten estrofas que directamente hacen apología del nazismo.
No, eso de normal no tiene nada, y toda la polémica alrededor de Enzo Fernández debería servir para revisarlo. El folclore tribunero atrasa décadas. Desafina fiero.
Es cierto que tales cantos están formalmente castigados. Supuestamente, el árbitro debe parar el partido si los escucha. Pero eso no sucede. Hubo alguna sanción contra Boca por parte de la Conmebol, por actos racistas en un partido ante Palmeiras, por la semifinal de la Copa Libertadores pasada. La pena fue una multa de 100 mil dólares, la clausura parcial de una tribuna y la exhibición de una bandera condenatoria. Pero a nivel local, nada.
Acá, en cambio, hay gente que sigue repitiendo que no existen esos problemas “porque no hay negros”. Una frase tan necia como la del Gobierno y sus fanáticos tuiteros, que sostuvieron que la canción de la polémica “encima dice la verdad”.
Sic.