La forma de gobernar del Presidente quedó más clara que nunca esta semana.
Hay políticos que saben cómo tocar música. Algunos son capaces de leer las notas, e incluso existe un puñado que logra escribir partituras. Pero otros pueden escuchar la música, y esos son los que, por lo que se ve últimamente, ganan las elecciones. Javier Milei está escuchando la música desde que se convirtió en político. Esa vocación puede explicar buena parte de su éxito como intérprete y acelerador de las corrientes de la opinión pública y también de sus fracasos y tropiezos en sus primeros seis meses en el Gobierno.
El Presidente acaba de dar un buen ejemplo de esa paradoja. El sábado anunció una complicada medida de política económica, que puso en marcha mecanismos que sólo pueden entender los especialistas, en un programa televisivo de interés general. Como la opacidad de sus explicaciones hizo saltar las alarmas del mundo financiero, el ministro de Economía quiso aclarar algunos aspectos del plan, pero eligió un programa deportivo, esta vez en una radio.
El resultado: con esa información tan insuficiente, los economistas tuvieron vía libre para traducir en sus propios términos el sentido de los anuncios. Casi todos dijeron que la intención principal del Gobierno para el corto plazo no era clausurar las últimas canillas de la emisión monetaria, sino intervenir en el dólar de Contado con Liquidación para bajar la brecha con el dólar oficial. Milei, puede decirse, puso en sus oídos la más maravillosa música, que para él parece ser la palabra del pueblo argentino, y se desentendió de la operación sobre resortes más ocultos pero no menos importantes que hubieran permitido que ese anuncio tuviera resultados mejores a los que arrojó hasta ahora.
Milei entendió que el principal reclamo de la sociedad era bajar la inflación, y consiguió encadenar cifras de caída del Indice de Precios al Consumidor con un ritmo tan abrupto que solo puede ser asimilable al efecto que tuvo en los ‘90 el Plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo. El Presidente hundió a la economía en una recesión gravísima, pero, hasta ahora, consiguió que una porción muy significativa de la sociedad entienda que era un costo necesario y no una decisión de política económica errada. Milei, por seguir con la misma metáfora, captó que la sociedad quería escuchar el chillido de las motosierras y las licuadoras y que no tenía oídos abiertos para las quejas de los empresarios y comerciantes que ven caer las ventas ni de los trabajadores que pierden su empleo.
Este miércoles se conoció otro ejemplo que muestra cómo interpreta Milei las preferencias populares. El Presidente ejecutó a un funcionario, el Secretario de Deportes Julio Garro, que había sugerido que el capitán de la Selección de Fútbol se disculpara en nombre de su equipo por los cantos racistas contra los jugadores franceses. Milei prefirió engrosar la larguísima lista de funcionarios renunciados y despedidos de su Gobierno antes que incomodar a Lionel Messi, que indudablemente está en el tope de las personalidades más queridas por los argentinos.
No importa si la propuesta de Garro era razonable o no. La Oficina del Presidente de la República Argentina postuló que “ningún gobierno puede decirle qué comentar, qué pensar o qué hacer a la Selección Argentina Campeona del Mundo y Bicampeona de América”. ¿Esa imposición suena mal? Sí, pero lo importante es no decepcionar a la distinguida audiencia.